miércoles, 17 de agosto de 2016

Tayrona, naturaleza y descanso

Tayrona, ubicado en Colombia, es un parque nacional que combina bosque y playa.

Cuando uno se imagina un destino de playa siempre piensa en palmeras, agua cristalina y hamacas paraguayas montadas sobre arena clara. El Parque Nacional Tayrona, en Colombia, es justamente esa foto, esa postal caribeña. Pero además, al tratarse de una reserva, el viajero puede adentrarse en la selva y conocer a los habitantes originarios sin perder las comodidades en alojamiento que necesitan los turistas más exigentes.
Tayrona resulta una combinación de bosque tropical y playa a la que todos los años arriban colombianos y extranjeros, mochileros y no tanto, a zambullirse en sus aguas y a olvidarse de que a escasos kilómetros hay bulliciosas ciudades portuarias que han crecido al fragor de la inversión inmobiliaria.
En una playa junto al mar
Para llegar a Tayrona se pueden contratar taxis particulares, lanchas grupales o ir en combis de turistas en las que, posiblemente, lo animarán con videos musicales de vallenato (música típica de esa zona colombiana) y reguetón grabado en Miami. De todas formas, cuando el transporte se acerque al lugar los guías explicarán perfectamente en varios idiomas las condiciones para entrar en la reserva. Lo mismo harán los guardafauna del ingreso al parque.
Primero, se le saca una foto a la bahía desde lejos y luego, más adelante, uno se da cuenta de que hay cientos de vistas mejores a medida de que se acercan las dos primeras paradas de la reserva: Cañaveral y Arrecifes. En ambos lugares se pueden alquilar coquetos “ecohabs”, confortables cabañas en distintas alturas y con diferentes vistas a las paradisíacas playas. Hacia un lado aparece la selva colombiana con una biodiversidad inabarcable y, del otro lado, el mar esmeralda profundo.
Quienes se conforman con el descanso que ofrecen los spa de esta zona se quedan varios días allí y atrasan el reloj hasta perder la noción del tiempo. Por otro lado, quienes buscan aventuras naturales siguen camino y se abren paso entre los árboles por más de una hora bajo el intenso calor mitigado por la vegetación hasta llegar a la última parada con alojamiento: Cabo San Juan del Guía.
Allí hay dos opciones para pernoctar: una es en pintorescas hamacas junto a la playa, que se alquilan por muy poco de forma individual, y la otra incluye carpas que provee la propia reserva.
Por Noelia Maldonado

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